Ernesto Hontoria López (Julio 2006)
Aunque no hay que ser demasiado listo para darse cuenta cuando algo no marcha bien con nuestras finanzas, a la mayoría de nosotros suelen tomarnos desprevenidos los problemas financieros. Simplemente los gastos empiezan a crecer hasta que un día despertamos con el agua al cuello. Para que esto no ocurra, es decir, no nos agarre por sorpresa un aprieto financiero, es bueno estar pendientes de cómo evolucionan nuestra capacidad de ahorro y nuestras deudas.
Las crisis en las finanzas personales, entendidas éstas como las incapacidades temporales de la persona para cubrir sus gastos y cumplir sus compromisos, cuando no vienen por el lado de los ingresos (pérdida del empleo, por ejemplo), suelen estar precedidas por un sostenido crecimiento de los gastos, que se manifiesta en una continua reducción de la capacidad de ahorro, y en un posterior incremento de las deudas. Darse cuenta a tiempo de esto no siempre es fácil, menos si estamos acostumbrados a financiar nuestros gastos con tarjetas de crédito. Las tarjetas de crédito son maravillosos instrumentos a la hora de comprar, pero un trago amargo cuando hay que pagarlas. Su magia está en ampliar nuestro potencial de gasto por encima del nivel de nuestros ingresos, permitiéndonos comprar bienes para los cuales aún no nos hemos ganado el dinero. Para una persona acostumbrada a financiar sus gastos con tarjetas la gestación de una crisis financiera puede pasar inadvertida por un buen tiempo.
El acceso al crédito que le dan las tarjetas, y el pago a plazo de los saldos deudores distorsionan el tamaño real de la cobija, desdibujando el límite hasta donde debe arroparse. Si esa misma persona no tuviera acceso al crédito, al comenzar a gastar más de lo que gana, inevitablemente se atrasaría en sus pagos. Más temprano que tarde el cobrador del condominio o el teléfono cortado la alertarían de que algo está pasando y se vería forzada a recortar sus gastos (a menos que fuera sinvergüenza de oficio).
Tener acceso al crédito que dan las tarjetas es bueno, pero hay que tener cuidado con el tipo de gastos que estamos financiando. Los créditos deberían utilizarse para cubrir gastos extraordinarios al presupuesto familiar; gastos no recurrentes y de cierta magnitud, como la compra de unos muebles o los cauchos del carro. La tarjeta se vuelve peligrosa cuando la utilizamos para financiar gastos corrientes como las compras de comida, la luz o el teléfono. En estos casos si no pagamos a tiempo la totalidad del gasto, las deudas irán creciendo y con ellas los intereses.
Una manera de comprobar la salud de sus finanzas es observar como ha crecido el saldo deudor de sus tarjetas de crédito en comparación con sus ahorros. Si las deudas han crecido más que los ahorros de manera sostenida en los últimos meses, usted tiene razón para preocuparse. Creo que le llegó la hora de buscar un lápiz y un papel o de sentarse frente a la computadora para elaborar un presupuesto de sus gastos que le aclare su situación.
De antemano le recomiendo que, por más abultadas que estén sus deudas con las tarjetas de crédito, no se deje llevar por la tentación de cortarlas (romper el plástico no desaparecerá la deuda). Si las usa con inteligencia, las tarjetas pueden ayudarlo a resolver su enredo. Ya hablaremos de esto en una próxima entrega.
1 comentario:
Gran información.
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