Ernesto Hontoria López (Enero 2005)
Cuando por fin me había acostumbrado a mi salario devaluado, Nóbrega anuncia que lo devaluará ¡otra vez! antes de que lleguen los reyes. ¿Será que los ministros cobran en dólares y no les molesta devaluar la moneda?
Es fregado vivir de un salario en bolívares y estar expuesto a las continuas devaluaciones. Cada vez que el ministro a cargo de dirigir la economía del país decide bajar el valor del bolívar, recorta los sueldos a todos los venezolanos. ¡Tanta brega por conseguir un sueldo mejor para que de la noche a la mañana te lo reduzcan de un plumazo!
Resulta paradójico que, a pesar de los altos precios del petróleo y de lo relativamente exitosas que han sido las nuevas emisiones de deuda, el gobierno se vea obligado a devaluar para tapar el hueco fiscal. Sería tonto pensar que Nóbrega planeaba devaluar el bolívar sólo por echar vaina. Si pudiera, estoy casi seguro, que el gobierno mantendría el precio del dólar fijo, porque sabe los efectos poco populares que traen consigo las devaluaciones. Así que, si devalúa, es porque sigue existiendo un déficit en la cuentas del gobierno que debe tapar de alguna manera. Una de las vías que tiene para cubrir el hueco presupuestario es la devaluación.
Cuando los gastos superan los ingresos se habla de un déficit. Este puede ser cubierto con emisiones de nueva deuda (como en parte lo ha logrado el ministro saliente, a través de las colocaciones de bonos). Otra forma de cubrir el déficit es devaluando la moneda (que equivale a imprimir nuevos billetes que terminan reduciendo el salario y los ahorros de los venezolanos).
Para entender mejor la situación, imagine que usted organiza un sancocho para pasar el domingo con su esposa y sus dos chamos. Lógicamente, usted monta la olla con suficiente comida para 4 comensales. Mientras usted está cocinando, le llega la visita inesperada de su hermana, con su esposo y los tres niños de ellos. Cómo usted es una persona cortés los invita a comer, y como su sancocho huele tan bien ellos no pueden rechazar la invitación. En ese momento usted se da cuenta de que la comida no alcanza para todos (tiene un déficit), decide por ende acudir a su vecino para que le preste unas verduras y una gallina (deuda externa). Su vecino le presta los ingredientes pero se autoinvita a la comilona (intereses de la deuda).
Justo antes de empezar a comer, tocan nuevamente la puerta de su casa. Se trata esta vez del hermano de su esposa que pasaba por el vecindario y se paró a visitarlos. Por supuesto, tiene hambre y le encanta el sancocho, de forma que usted tiene un comensal más en la mesa. Vuelve a sonar el timbre de su casa y es el hijo quinceañero del vecino buscando a su papá (el que le prestó la gallina). Como era de esperarse tampoco ha comido (intereses moratorios).
Con el adolescente y su cuñado usted se percata de que otra vez le falta comida (déficit recurrente). Como además sabe que el otro vecino tiene 6 chamos, usted no se arriesga a pedir más verduritas prestadas y opta por echarle agua al sancocho (devaluación). A partir de ese momento, cada plato de sancocho tiene menos calorías y menor poder nutricional (moneda débil, salario devaluado, menor poder adquisitivo).
La devaluación equivale a echarle agua al sancocho. Usted se come un plato del mismo tamaño, pero se alimenta menos, o lo que es equivalente, necesita comer más sancocho para mantener su nivel alimenticio (inflación). En Venezuela llevamos tiempo echándole agua al sancocho. Los gobiernos no parecen percatarse de que antes de aceptar más comensales es menester producir más gallinas y sembrar más verduras.
2 comentarios:
Lo que falta es poner carácter y no invitar a comer a una casa a menos que tengas suficiente para todos o hagas comida especialmente para un número específico de invitados. El amiguismo y la complacencia es uno de los defectos del venezolano. Igualmente, la falta de planificación y el dejar todo para última hora.
Muy buena información.
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