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Llevaba un par de semanas en las que la dinámica del trabajo me había impedido almorzar con mis dos nuevos camaradas1. Hoy, sin embargo, volvimos a hacerlo. Nuestra conversación de sobremesa giró en torno a la estrategia de inversión de Enrique. Aunque parezca infalible, no se emocionen mucho, que a mi amigo no le ha resultado lucrativa hasta ahora.
La estrategia de Enrique consiste en comprar acciones que, según él, están por debajo de su valor real. Para ello sigue diariamente el mercado de capitales y cada vez que el precio de una acción cae dramáticamente, revisa las noticias para enterarse a qué se debe la abrupta caída. Se fija en acciones que pierden más del 20% de su precio en pocos días. Del análisis determina si el mercado, es decir la gente que negocia con esa acción en la bolsa, está exagerando la cosa, o si se trata de una reacción ponderada con lo que anuncian los medios, y con lo cual decide si compra o no la acción. Si a su parecer el precio de la acción ha caído más de lo debido, es decir, la gente sobre reaccionó a la noticia, él compra la acción, espera a que el precio se recupere y después la vuelve a vender, obteniendo con ello una ganancia.
La estrategia como tal ya nos la había explicado en una sobremesa anterior. De hecho, le pedí en esa ocasión que cada vez que compre una de esas 'gangas', me diera el dato para echarle un vistazo a la empresa. Así lo hizo y hace un par de semanas me avisó de una empresa que produce uranio cuyo precio se había ido a pique por una noticia que en nada cambiaba su condición actual.
Se trataba de una empresa que produce y comercia con ese metal en Estados Unidos, cuyo precio en la bolsa de Nueva York había caído en más del 40%. El derrumbe del precio de la acción parecía relacionado con la negativa del gobierno de ese país a imponer aranceles a la importación de ese elemento. Al parecer, los grupos de lobby de la industria, que habían estado azuzando para obtener protecciones y asegurar para ellos el mercado interno, habían chocado con una negación rotunda del gobierno de Trump.
Aunque, efectivamente, la noticia no cambiaba en nada la situación presente de la empresa, puesto que seguía teniendo que enfrentarse con los mismos competidores de costumbre, exactamente en las mismas condiciones, sí que afectaba las proyecciones que, del futuro de esa empresa, podían hacer algunos inversionistas. Es decir, la negación de las autoridades de imponer nuevos aranceles no hacía peor la situación de la empresa, pero probablemente eliminaba las esperanzas de un futuro más favorable para el negocio. Enrique estaba convencido de que una vez que los inversionistas digirieran el trago amargo de la decepción, la acción de la empresa volvería a recobrar su valor.
Como su argumento me parecía razonable decidí dar un vistazo a los números de la empresa. En cuestión de minutos descarté completamente invertir en ella. Mi razón: la empresa tenía más de cuatro años trabajando a pérdida. Seguramente los inversionistas estaban apostando a que el gobierno estadounidense impondría los aranceles y la empresa vería pronto la luz al final del túnel. El precio de la acción antes del desplome reflejaba las expectativas de los inversionistas sobre el futuro de la empresa, y el nuevo precio era simplemente el ajuste de esas expectativas del futuro.
En todo caso, en la sobremesa de hoy discutíamos algunas nuevas ideas que tenía Enrique para perfeccionar su técnica. Se le había ocurrido ahora utilizar la inteligencia artificial para correlacionar las noticias con las variaciones en los precios de las acciones, y permitir que la inteligencia virtual le recomendara qué acciones comprar. Había hecho un cálculo de qué porcentaje de fallas contra aciertos se podía permitir, y de cómo las ganancias de los aciertos cubrirían con creces las pérdidas de los fallos, a pesar de que en su modelo estos últimos eran más frecuentes que los aciertos. Le sugerí a Enrique incorporar en su análisis los resultados financieros de las empresas, ya que, sin ese análisis, su ejercicio me resultaba muy similar a tratar de poner a la inteligencia artificial a adivinar los números que van a salir en el loto.
En el fondo, lo que Enrique pretende es adivinar un resultado futuro a partir de observaciones del pasado. Hasta ahora no ha funcionado ni en la lotería, ni en la bolsa de valores, quizás porque no hemos tenido suficiente capacidad de computación para analizar todas las variables que podrían afectar los resultados. Quizás en algún momento se llegue a poder predecir con bastante exactitud la conducta humana y a través de ello cómo reaccionará el mercado de capitales ante diferentes noticias, pero temo que, por ahora, Enrique no tiene posibilidades de incorporar todas las variables en su modelo de inteligencia artificial. No he querido decírselo, porque no deja de ser divertido escucharlo elucubrar. Después de todo se trata de una simple conversación de sobremesa.
Notas:
1: Conversaciones de sobremesa
1 comentario:
Muy buena información.
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